martes, 23 de junio de 2009

Las minas más lindas del mundo

El taxi se detuvo por el semáforo rojo, en plena 9 de Julio. Y la gente cruzaba apurada la avenida ancha, que no es la más ancha del mundo. Una rubia, una morocha y dos petisas, lindas las cuatro, encabezaban el grupo. El taxista era un panzón bigotudo con aureolas de transpiración bajo las axilas. Y hablaba con decidida convicción.

-Acá tenemos las mujeres más hermosas del país, pibe. Las más lindas del mundo están acá- dijo sin quitar las manos del volante ni los ojos del parabrisas.

-Sí, sí, lindas hay, como en toda la Argentina -respondí, mientras sacaba la vista del diario que tenía sobre las piernas y miraba a la calle, y luego avancé en mi sustentada teoría. -Pero pasa que acá son muchas mujeres, entonces sí o sí tiene que haber varias lindas por cuadra. Cuestión de cantidad, amigo.

- ¿Pero qué decís? -saltó sorprendido como monja orteada. - Hace 20 años que estoy arriba del tacho y no hubo un día que no vea un minón. Mirá esa flaca, pibe, mirá esa flaca. Me la como con fritas...

-Claro que hay chicas lindas en Buenos Aires -contesté relajado y con seguridad, y volví la mirada al diario. -Pero los porteños, como usted, creen que tienen las minas más lindas del país, las minas más lindas del mundo. Y no es así. Mire: el Índice de Cabeceada por Cuadra (I.C.C.) es mayor en Córdoba, Rosario y en Tucumán. Después sigue Santa Fé, Buenos Aires y Mendoza.

-Me hacés reir, pibe...Índice de Cabeceada...Índice de Cabeceada... ma qué índice de cabeceada -repetía y negaba con la cabeza mientras buscaba el Philip Morris 20 común abajo del freno de manos-. ¿Fumás?

-Fume, fume. Fume tranquilo. El Índice de Cabeceada existe. Dos amigos míos lo inventaron -dije y me avalancé lentamente sobre el asiento delantero, mientras lo miraba a los ojos por el retrovisor.-No se lo diga a nadie porque les llevó años crearlo, por el tema del viaje por el país, ¿vio? Lo hicieron así: Uno se paraba en la esquina y contaba la cantidad de mujeres que pasaban en una hora, al cierre del horario comercial, hora pico de mujeres. El otro se quedaba en la mitad de la cuadra y contaba las veces que no podía resistirse a girar la cabeza cuando pasaba alguna de estas señoritas. Y ahí lo tiene: se divide las chicas que pasaron en las veces que cabeceó mi otro amigo y listo, el Índice de Cabeceada por Cuadra, papá.

-Me estás cargando...

-Le digo en serio, el Índice existe. Esos chiflados lo inventaron - afirmé, solté aire, y volví el cuerpo para atrás.

- De eso puede ser que no dude, flaco - dijo y giró la cabeza a la calle mientras frenaba al llegar al nuevo semáforo. -Lo que me parece raro es que no estemos primero.

El resto del viaje se la pasó hablando de todas las mujeres que conquistó cuando tenía mi edad, 26 años. "Cuando tenía tu edad...", decía cada vez que empezaba una frase. Y más de una de sus conquistas era de alguna provincia; "del interior", detallaba como si Capital Federal no quedara dentro, en el interior, del país. Todas sus chicas, decía, eran princesas y él, un león en la cama.

lunes, 8 de junio de 2009

Hoy función: el día que ascendió Atlético

Han pasado siete horas que no he parado de tomar bebidas alcohólicas, y acá, en mi departamento a medio amoblar, Juan Pablo Sosa me cuenta cómo lloró aquella vez que Atlético Tucumán volvió a Primera B. Dice que cuando acabó aquel partido le cayó sólo una lágrima, que fue pesada y que la sintió brotar de globo ocular, transitar el pómulo y caer sobre el pecho, muerta y feliz. Dice que luego de sacudirse el rostro, con las dos manos y con presión, fue hasta la casa de su abuelo, a cuatro cuadras de la cancha, y al abrazarlo se desvaneció en un llanto. Dice que nunca lloró así, ni siquiera cuando murió su abuela. Y que el abuelo al verlo llorar le dijo: "Tranquilo mijito, falta mucho, el deca va a dar para más".
Juan Pablo Sosa dice que las lágrimas fueron en todo el estadio; que hay tomas de televisión que lo registran. Dice, además, que dentro de un par de horas, cuando llegue el mediodía, tiene un asado con los 15 muchachos que va a la cancha y que esperarán, tomados y comidos, el partido que a las tres de la tarde jugarán Atlético y Talleres, en Córdoba. Ese encuentro podría poner por primera vez en la historia a Atlético en la primera división del fútbol argentino. Bajamos del departamento y hay un día soleado. Tan soleado que molesta las pestañas. "Es un hermoso día para que ascienda el deca", reflexiona Juan Pablo, bastante borracho y convencido. Salimos.
Son las 10 de la mañana y el festejo por el día del periodista se extendió más allá de la fiesta. En la esquina de Alen y Mate de Luna hay un hombre que vende banderas que dicen "Atlético de Primera". Juan Pablo quiere una, la mira con ganas, la mira con celos cuando un hombre la compra para su hijito que la acaricia desde la vereda. El semáforo se pone verde. Juan Pablo dice que se bañará y que luego seguirá despierto, que excitación que tiene no lo dejará dormir y que hoy es el día que esperó desde que nació. Faltan horas. Atlético juega pronto y yo, mareado, decido irme a dormir para que el descenlace de esta crónica llegue lo antes posible.
Me despertaron las bombas de estruendo, continuas e interminables. Tan explosivas que el perrito de mi casa, El Pichín, se metió debajo de la cama para evitar el ruido, tal como hace en Navidad y Año Nuevo.
El árbitro Jorge Baliño decidió poner fin al partido cuando aún faltaban 12 minutos para llegar a los 90. Desde la platea de Talleres empezaron a arrojar piedras a los jugadores tucumanos que estaban en el banco de suplentes, embroncados por los cuatro goles que habían recibido en contra. Atlético daría la vuelta el su cancha y los plateistas no quería saber nada.

-River, Boca, Independiente, Racing, San Lorenzo -enumeró el comentarista de la radio LV 7. Atlético es de primera y ahora se va con los grandes. Vamos al móvil, en vivo, desde la plaza Independencia con Vicente Armando Tarascio.

-Gracias, gracias. Llega la gente desde todas las direcciones, todos los caminos conducen a la plaza, una plaza que está vestida de celeste y blanca, una plaza decana -relató Tarascio que aún tenía la garganta dañada por el cigarrillo y el alcohol de los festejos de la noche anterior. Está todo el pueblo decano acá -siguió y le pasó el micrófono a un hincha- ¿Amigo, feliz?

-No puedo más, esto es para los sucios, papá. Esto es una locura, gracias Deca, gracias. Fuimos el mejor equipo de la categoría y lo demostramos- comentó con la voz cortada un hincha, mientras otro por detrás alentó a los demás a que cantaran: "Y dale deeee, y dale deeee".

-Hasta el cielo se volvió decano. La emoción es incontrolable. La gente llora, se abraza, canta, grita. El pueblo decano está de festejo y el cielo lo sabe, por eso brilla celeste y blanco -dijo Tarascio antes de dar el pase a estudios.

En el camino desde mi casa hasta la plaza vi a tres chicos con la camiseta de San Martín sentados en un bar, a seis o siete hombres sacando todo el cuerpo por la ventanilla del colectivo revoleando una bandera celeste y blanca, a una fila de cinco camionetas 4 por 4 tocando bocina, a una pareja que iba en moto; ella adelante, conducía y él atrás, cantaba, agitando ambos brazos para arriba y para abajo.
Fue imposible encontrarlo a Sosa en la plaza. Tarascio no exageraba. Pensé en mi abuelo, el Pedro Noli del cielo, ¿cómo festejan las almas un ascenso a primera si es que no pueden cantar? Pensé en mí, en lo feliz que hubiera sido en este momento si hubiera sido un hincha más fiel. Pensé en quienes festejaban delante mío, en la grandeza del fútbol, en la estupidez del fútbol, en la verdadera importancia del fútbol, y concluí que las pasiones también se alimentan de simplezas, y que la vida es el tiempo que transcurre entre pasión y pasión. Deduje, entonces, que los años no cuentan. Cuenta cuantas pasiones ha tenido uno. Lo demás es deperdicio, es tiempo muerto. Pensé en que Sosa debe estar mucho más feliz que cansado aunque no haya dormido.
Pensé en el nombre del hombre ese que hacía cantar a su hijita, una petisa morochita empapelada de celeste y blanco, mientras volvían de la plaza. La tomaba del torso y frente a frente le repetía, apasionado: "Siga el baile al compás del tamboril, que el deca de va a primera, y al descenso San Martín".