viernes, 29 de mayo de 2009

Triste y desconocida

Mientras intento ubicar la llave en el cerrojo, a unos pasos míos, una mujer quiere convencer a su pareja. Puedo escucharla:

-Llegamos a la casa, te preparo la comida y después nos vamos a bailar.
Dale, no seas aburrido.

El hombre, de ojeras alargadas y de camisa por fuera del pantalón, sigue caminando inmutado. Apenas mueve la cabeza para indicar un "no". Y avanza así, como zombie recién salido de la tumba y dispuesto a volver a enterrarse, dispuesto a levantarse el domingo para empezar a renegar porque ya empieza otra vez el puto lunes, dispuesto a que esa noche -seguramente sin amor bajo las sábanas- sea para el reposo único y exclusivo de lo mal que lo trata la vida. Pobre hombre. Pobre mujer.
Se quedarán esa noche sin baile, entonces. Sin que él la abrace, le de una vuelta, y le cante, le murmure al oído:

"Quiero despertar contigo cada mañana,
que me digas al oído cuanto me amas,
y besarnos junto al río de madrugada,
ya no quiero ser mendigo de poco y nada."
Sin eso, sin la rica poesía de la cumbia. Así ellos. Otros en el baile, ya sea en la discoteca más careta o galpón más marginal de Tucumán, cantan, recitan cumbias a sus damas. Eso de dedicar lo que se está bailando lo he visto cientos de veces. De pronto todos son poetas, cantan poemas al unísono:
"Después de ti será difícil conseguir alguien que pueda acabar conmigo
hasta dejarme en la cama rendido, mi cuerpo transpirando
y mi pecho agitado.
Porque después de ti no quedan ganas
de seguir y menos de encontrar otro cariño."
Que me perdonen los grandes escritores. Que a los efectos de la poesía apasionada, a los suspiros de las mujeres, da lo mismo que sea un Girondo, un Benedetti, una Storni, que un Agostini o un Mattioli, cumbieros y dueños de la primera y la segunda estrofas citadas arriba.
Y que me perdone aquel hombre amargado que tachó a su mujer, porque a su dama voy dedicarle hoy mi primer poema de amor, aunque nunca llegará a leerlo, ni sabrá de su existencia.
Se titula: "A la desconocida triste"

No cerrés las pestañas,
mujer aburrida y cansada,
que aunque estés con un imbécil,
merecés ser amada.

Que no te quite la vida,
aquel que busca perderla,
que si alguna vez te dio felicidad,
hoy no hace nada para retenerla.

Exigí, demandá y amá,
obligá, entregate y ofrecé,
que el dueño de tu cuerpo,
sea quien lo merece.

Y si ni siquiera destienden la cama,
si te has pintado y no lo ha notado,
si los has mimado y se ha dormido,
fíjate, changuita, quién está a tu lado.

¿Pero estás dispuesta a perder
a quien tanto te ha dado?
Tu decisión, entonces,
es por el presente o por el pasado.

Si tu presencia es pura obligación,
y tu corazón no encuentra salida,
rápido, que es corta la vida,
¡Vamos, que no hay otra salida!

Amagale, hacete llorar,
hacete extrañar, hacete querer
que en el día que le faltes,
recién el imbécil va a comprender.

Entonces ahí perdoná y volvé,
serás dueña del presente y el pasado,
y de un futuro prominente,
como se merecen los amados.

Serás reina eternamente,
porque el que pierde jamás olvida,
y así ganarás todo aquello
que has juntado en esta vida.

Pedro Noli.

viernes, 1 de mayo de 2009

Demoras para el dolor

La muerte de Nicasio Sánchez Toranzo fue espontánea. El hombre murió el viernes último de un infarto. Era mi padrino de bautismo y amigo de la infancia de mi viejo, Daniel. No recuerdo siquiera su rostro, pero en las últimas semanas su nombre había vuelto de después de años -y de repente- a mis oídos.
Nicky era el reciente abogado de mi vieja y mi hermano. Se encargaba de los papeles de una empresa de turismo que pondrán en Tucumán. Mi mamá renegaba porque no les quería cobrar ni un peso. Y se sorprendía por lo bien que había encontrado al hombre que no veía hace mucho. Decía que estaba flaco, alegre y activo.
La tarde del sábado recibí un llamado de mi viejo mientras él viajaba. Me pidió que buscara en la guía el número de José Rank, el compinche de la cuadra que completaba el trío de amigos que jugaban a las bolillas en la vereda y le robaban las botellitas de Coca Cola a los adultos mientras dormían la siesta. Eran de esos envases de vidrio que ahora se ven de nuevo, pequeños y silueteados, como las curvas de las mujeres bajitas y esbeltas.

-Se ha muerto Nicky, me explicó después que le pasé el número. Y, luego, pronunció la frase que me dolió más que la noticia necrológica:

-Yo justo estaba pensando en que uno de estos días vayamos a saludarlo juntos, que te vea más grande, que te vea otra vez.

No hay turnos para el cielo ni para el infierno. Sólo un chiflido que llega de algún lado y que cierra las pestañas para siempre. Será por antojo de alguien. Y mientras se vive uno olvida de lo que importa más; lo piensa, lo ilusiona, lo fantasea, lo proyecta. Y lo demora.
Voy a publicar mi libro aunque jamás sea un best seller. Voy a volver a ir a la cancha con mi viejo, por más que digan que vuelvo porque Atlético está por ascender a Primera. Voy a adoptar otro perro callejero. Voy a hacer reir a Micaela una vez por día. Voy a amar sin medir, a llorar sin ocultar, a mirar sin disimular, a soñar sin despertar. Quiero vivir sin demorar.